Autor: P. Alfredo Sáenz, S. J. De su libro: “El icono, esplendor de lo sagrado”.
Antes de ver el proceso del arte sacro en los últimos siglos, veremos brevemente como fue declinando el arte en Occidente. Seguiremos el capítulo noveno del interesante libro del P. Sáenz.

Guernica, P. Picaso, 1937.
En Rusia, desde las postrimerías del siglo XVII, y en el Occidente, a partir del Renacimiento, se advierte un sostenido receso del arte litúrgico, cuyos síntomas vamos a bosquejar. Pero para enmarcarlo mejor analizaremos primero el proceso del arte en general.
- EL DECLINAR DEL ARTE EN OCCIDENTE
Obsérvase en Occidente, sobre todo desde el siglo XV, cuando culmina lo que se ha dado en llamar el primer Renacimiento, una progresiva decadencia del sentido trascendente y metafísico del arte, una progresiva des-vinculación de sus raíces ontológicas, un creciente enclaustramiento en el hombre y en el arte mismo.
Por cierto que los críticos de arte divergen en sus apreciaciones. De entre todos los que hemos frecuentado, no hemos encontrado ninguno que nos ofreciera, a nuestro juicio, una visión tan profunda como H. Sedlmayr[1], del cual hemos leído cuatro obras, una mejor que otra, a saber, La revolución del arte moderno[2], El arte descentrado, que lleva como subtítulo: Las artes plásticas de los siglos XIX y XX como síntoma y símbolo de la época[3], Épocas y obras artísticas, en dos tomos[4], y La muerte de la luz[5]. Si bien, como es fácil de entender en una consideración tan compleja, no compartimos en su totalidad la entera gama de sus opiniones, creemos sin embargo que pocos autores serían capaces de ofrecernos como él una visión tan complexiva, tan filosófica y, hasta se diría, tan teológica del proceso del arte en los últimos siglos.

Cristo Pantocrátor de S. Clemente de Tahull.
Antes de abocarse a la consideración de los siglos XIX y XX, que en nuestra opinión constituye lo más logrado de sus análisis, Sedlmayr intenta una apretada síntesis de lo acaecido en el arte occidental desde el siglo VI, señalando cuatro épocas, de las cuales las dos intermedias se hallan emparentadas por su tema central. La primera es la del prerrománico y románico (550-1150), que califica como la época del Dios-Señor, porque en ella Cristo es representado sobre todo en su divinidad, como rey terrible del Universo. La segunda época es la del gótico (1140-1470), que llama la del Dios-hombre, ya que en ese tiempo, dominado por el espíritu de San Bernardo, Cristo no es representado en la anterior actitud de majestad temible o con los rasgos del juez severo, sino más cerca del hombre, rodeado de Nuestra Señora y de los santos; en un segundo momento, se lo mostrará en su desamparo, su quebranto y su pena, en las imágenes conmovedoras de la Pasión. El tercer momento, el del Renacimiento y Barroco (1470-1760) es caracterizado como el período del hombre-Dios y del hombre “divino”, ya que en él la figura central es la del hombre “grande”, enérgicamente exaltado como el colaborador de la obra creadora de Dios; su cuerpo es admirado en su esbelta desnudez, y Cristo mismo es concebido como el hombre supremo, el resurrecto, con torso de atleta; las “ascensiones” y “apoteosis” pueblan los techos de las iglesias barrocas. Y en el campo profano adquieren especial relevancia los palacios del “divino” hombre, visto a la luz de dos figuras mitológicas centrales: Hércules y Helios. Finalmente, la cuarta época, la Edad Moderna (de 1760 a…), es la del Hombre Autónomo, un tiempo dominado por el abismo abierto entre Dios y el hombre , que ya se considera independiente, y sustituye a Dios por ídolos como la naturaleza, la razón, su mismo arte, la máquina, el caos…[6].
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