EL CUERPO Y SU MISTERIO. Iconografía y pornografía

Autor: Jean-Daniel NORMANN. Traducción del francés por Graciela Sufé, osb – Monasterio Gaudium Mariae- Sources Dominicains, Botzet 8, cH- 1700 Frobpirg  Suisse.

EL CUERPO Y SU MISTERIO*

Iconografía y pornografía

Cuadernos Monásticos 76 (1986) 61-63

Jean-Daniel NORMANN

04 b. Cristo benedicente, particular. Icona a encausto. Sinai, VI sec.El gusto por el ícono puede traducir una nostalgia de la castidad y de la pureza que rechaza al mundo erotizado. Para demostrarlo, en primer lugar hay que recordar los fundamentos teológicos del ícono, de manera de comprender bien lo que nos dice el ícono sobre el cuerpo humano.

El subtítulo de este artículo puede parecer chocante; hay palabras cuya combinación hace mal. Sin embargo, no me parece indebida, la yuxtaposición de esos dos términos.

En efecto, paseen por las calles de nuestras ciudades: por un lado deberán reconocer la explotación masiva y agresiva de la desnudez del cuerpo humano; para muchas personas esa manera de mostrar el cuerpo desnudo a cada paso ya no es más competencia de la moral, al punto de que si simplemente se atreven a plantear la pregunta acerca de la legitimidad de esa práctica, provocarán en su entorno viva inquietud en cuanto a su equilibrio psíquico.

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EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO

Autor: P. Alfredo Sáenz, S.J. De su libro: “El icono, esplendor de lo sagrado”.

El iconostasio
iconst1cEl análisis del iconostasio merece una atención especial. En las iglesias de los primeros siglos el santuario estaba separado de la nave a veces por un velo, otras por un cancel o también por una columnata con alquitrave. El uso del velo alude quizás a lo que se testimonia en Heb 10, 19-20, a saber, la confianza que tienen los cristianos de entrar en el santuario por el camino nuevo y vivo que Cristo os abrió “a través del velo, es decir, de su carne”, esa carne que reemplazó al velo rasgado del templo (cf. Mc 15, 38). El uso del velo parece ser más antiguo que el del cancel, y se ha conservado en las iglesias armenias y etiópicas . Ulteriormente se utilizó una especie de “pérgola” pergula-, con pequeñas columnas, distanciadas entre sí, generalmente de madera, unidas en su parte superior por un travesaño. Quedan ejemplos de ellas en las antiguas basílicas romanas, como en Santa María in Cosmedin. Dicha pérgola servía para que sobre ella se apoyaran iconos diversos, de donde el nombre de “iconostasio”, o sea, lugar donde se ponen iconos.

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SAN MIGUEL ARCÁNGEL Y LOS ESPOSOS”

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Icona del Laboratorio “La Glikophilousa”

Autor: Del sitio: “Pregare con l’icona”. Fuente: http://www.piccoloeremodellequerce.it

Introducción: Querida familia: Pidamos la intercesión del Arcángel San Miguel por EL SÍNODO DE LA FAMILIA que comienza hoy. La familia es “la célula primera y vital de la sociedad”, tanto civil como eclesiástica, ya que “el Creador de todas las cosas estableció la sociedad conyugal como punto de partida y fundamento de la sociedad humana” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos n. 11) por eso es el blanco de tantos ataques. El Card. Cafarra cuenta que cuando por decisión del santo Papa se creó el Instituto “Juan Pablo II” para estudios sobre matrimonio y familia, recibió una carta de Sor Lucía de Fátima, en la cual ella lo animaba a trabajar firmemente en defensa de la familia, afirmando que “el enfrentamiento final entre el Señor y el reino de Satanás será sobre la familia y sobre el matrimonio”.

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LA MISIÓN ACTUAL DEL ICONO

Autor: R.P. Alfredo Sáez, de su libro “El Icono, esplendor de lo sagrado”.

EL ICONO MARTIR EN RUSIA
Y SU PROVIDENCIAL RESURRECCIÓN
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El mundo de hoy necesita como nunca la imagen que viene de lo “alto”, no la que brota de los bajos fondos de nuestro subconsciente, de nuestros instintos reprimidos o despiertos, sino la que viniendo de arriba es capaz de elevarnos suscitando en nosotros la nostalgia de Dios.

Trubeckoj señala el providencialismo que se esconde en el redescubrimiento de los iconos enmohecidos, precisamente en nuestro tiempo. Hasta hace poco el icono era no sólo incomprensible sino directamente inaccesible a la vista. Antiguamente pocos sabían repulir y, por tanto, cuando los iconos se cubrían de hollín, lo “repasaban”, es decir, sencillamente los pintaban de nuevo sobre el antiguo dibujo, a veces incluso cambiándoles los contornos, o también, sin tantos cumplidos, los tiraban como un traste viejo sin valor. Los campanarios de las iglesias eran los sitios donde por lo general iban a acabar los iconos en desuso, algunos de ellos verdaderas obras de arte, permaneciendo así expuestos a la intemperie y a menudo también a la acción nociva de loas palomas. Sólo en tiempos recientes, a comienzos de este siglo, se eomenzaron a “repulir” los iconos . Una mano invisible los había conservado para las generaciones futuras, y más propiamente para nuestra generación. ¿Ser´pa pura casualidad? No, por cierto. El icono se manifestó justamente en vísperas de la inmensa tragedia que conmocionó a Rusia, lo que lo hace más comprensible y permite experimentar mejor el poder que oculta.

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QUERIDA FAMILIA: ¡Mil disculpas por la demora en renovar mis artículos en el blog!

Querida familia: Pido disculpas por este tiempo en que hemos suspendido momentaneamente la edición de nuevas publicaciones en nuestro blog: “LA BELLEZA DE LOS ICONOS”. Hemos sufrido una calamidad: el incendio de la casa donde habito, a Dios gracias, sólo hay daños materiales. Reanudamos nuevadmente nuestra actividad, esperando que sigan disfrutando y deleitándose de la belleza del arte sacro.

Mi bendición: P. Agustín J. Spezza IVE

EL SALVADOR (PANTOCRÁTOR) DEL SINAÍ, Monasterio del Sinaí Santa Caterina. iconecristiane.it

EL SALVADOR (PANTOCRÁTOR) DEL SINAÍ, Monasterio del Sinaí Santa Caterina. iconecristiane.it

HACIA LA RESTAURACIÓN DEL ARTE SACRO

Autor: R. P. Alfredo Sáenz, S. J.

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Rouault, El divino Rostro

No podemos limitarnos a ser los testigos de una decadencia al parecer ineluctable. Es preciso reaccionar decididamente contra ella.

  1. LAS FALSAS SOLUCIONES

Hay quienes propician volver simple y llanamente a los estilos anteriores; si se trata del Occidente, retornar al románico o al gótico. No nos parece la solución adecuada. Ya decía Eckhart que “para ser correctamente expresada, una cosa debe proceder de dentro, movida por su forma; debe ir, no de fuera a dentro, sino de dentro a fuera”. Siempre que se imita servilmente las exterioridades de un estilo ajeno la operación del artista queda viciada, e inmediatamente detectamos en ese caso no tanto una falsificación como una caricatura[1].

Otros, en cambio, entre ellos el dominico francés P. Régamey, proponen una solución diversa, y es acoger en las iglesias el arte moderno. La ósmosis del artista y de su época, asevera este último, constituye una exigencia ineludible. Si en la actualidad así no sucediera, correrían dos líneas paralelas, por una parte, una Iglesia que para mantener su puridad se vería obligada a expresarse en total desconexión con los artistas reconocidos como tales, y por otra, un arte que no se preocuparía prácticamente de lo religioso; en resumen, un cristianismo sin arte y un arte sin cristianismo. El mismo Régamey se plantea, en lógica consecuencia, la posibilidad de que incluso artistas alejados de la Iglesia, y hasta incrédulos, puedan realizar un arte cristiano. En nuestro tiempo, asegura, los más altos valores del arte están representados por artistas que en gran parte no se interesan por la Iglesia, e incluso mantienen hacia ella una actitud hostil, como los marxistas. Habrá que preguntarse si a lo mejor un marxista no estará en condiciones de imprimir a las formas de su creación una cualidad más sagrada que la que les pueden dar a las suyas artistas cristianos sin genio. Su marxismo puede muy bien no ser sino el efecto de la generosidad de su corazón, de su sed de justicia. Ha de considerarse, pues, cada caso. Es evidente, concluye, que se trata de una situación anómala, que resultaría escandalosa en un régimen de verdadera cristiandad, pero en el estado en que estamos se justifica dicha decisión. En consecuencia con esta actitud pastoral, Henri Matisse, un pintor cuya obra es una especie de apoteosis del hombre-máquina, fue invitado a decorar los muros de la pequeña iglesia de Vence (Francia) con las letanías de Nuestra Señora; y diversos arquitectos que sustentan posiciones doctrinales totalmente materialistas fueron contratados para construir iglesias.

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SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Autor: Andrej Rublëv, TrinitàP. Alfredo Sáenz, S.J.

TRINIDAD, Rublev, s. XV (Moscú, Galería Tretyakov)

Fue éste el icono titular de la Catedral de la Trinidad y San Sergio, que Rublev pintara en 1408 “en alabanza” de San Sergio, sólo 17 años después de su muerte, por encargo de Nikon, su discípulo y sucesor. El sueño de San Sergio era la unión de todas las tierras y principados rusos, a semejanza de la Trinidad: “Que sean uno, como nosotros somos uno”.

La imagen es realmente magistral, pletórica de simbolismo, de belleza artística y de síntesis teológica. Florenskij se entusiasmaba delante de ella al punto de decir que “entre todas las pruebas filosóficas de la existencia de Dios, lo más convincente es la conclusión: está la Trinidad de Rublev, luego existe Dios”.

Rublev representa la Trinidad en relación con el episodio véterotestamentario acontecido junto al encinar de Mambré, según se relata en Gen 18, 1-16. Allí Abraham recibió a tres extraños peregrinos y los invitó a comer. La tradición vio en ese hecho una misteriosa revelación de la Trinidad. “Bienaventurado Abraham –canta la liturgia- tú los has visto, has recibido a la divinidad una y  trina”. Numerosos peregrinos rusos visitaban en Palestina la encina sagrada, y la mesa en la que Abraham comió con los tres huéspedes era una de las más insignes reliquias de Santa Sofía de Constantinopla. En el icono se suprimen las figuras de Abraham y Sara para concentrarse más directamente en el núcleo de lo revelado. La tienda de Abraham pasa a ser el templo que está sobre uno de los ángeles; la encina de Mambré, el árbol de la vida; el ternero con que los invitó Abraham deja lugar al cáliz eucarístico.

El icono pone ante todo de relieve la igualdad de las tres personas divinas, como lo atestigua el hecho de que las figuras y los rostros de los ángeles son casi idénticos entre sí, cada cual con su cetro soberano. El color azul, que se advierte en las tres figuras, al tiempo que pone en el conjunto una nota de alegría gozosa y serena, parece también aludir a la unidad de la naturaleza divina.

Si bien se pueden detectar en el icono diversas formas geométricas de composición como el rectángulo, la cruz, el triángulo, lo que prevalece es el círculo. Los ángeles están dispuestos en torno a la mesa de tal manera que fácilmente se los inscribe en un círculo, símbolo de la plenitud de lo infinito,. Decía Dionisio que “el movimiento circular significa que Dios permanece igual a Sí mismo, que  abarca al mismo tiempo lo que está en el medio y lo que se encuentra en los extremos, y que reconduce a Sí todo lo que ha salido de Él”. La curva envolvente arranca de los pies mismos del ángel representado a la derecha (mirando desde el punto de vista del espectador), y sube, arqueándose, por la línea del hombro y la cabeza, inclinada hacia la izquierda, de dicho ángel, pasa por sobre la cabeza del ángel del centro, y gira siguiendo el contorno de  la cabeza del ángel de la izquierda, que inclina su frente hacia la derecha, desembocando en su pie derecho. La composición aparece claramente dividida en tres partes, como lo indican los báculos que empuñan los ángeles del centro y de la izquierda. El cáliz no está colocado en el medio sino hacia la derecha, para que haga de contrapeso a la cabeza del ángel que se inclina hacia la izquierda. El ritmo circular de la composición se reafirma en la curva del árbol que está detrás del ángel central, no obstaculizada por la vertical del edificio que se alza sobre la cabeza del ángel de la izquierda, y claramente perceptible  en la inclinación de la colina que está a la derecha. En esta alternancia de líneas que se inclinan o sirven de sostén al equilibrio general, reside todo el secreto de la composición.

Sin embargo Rublev no quiere señalar tan sólo la unidad e igualdad de las personas sino también su diversidad y distinción. Lo hace representándolas de izquierda a derecha, según el orden del Credo: primero el Padre, luego el Hijo y finalmente el Espíritu Santo. Dicha atribución se confirma por una ley iconográfica de acuerdo a la cual, desde los primeros siglos cristianos, en las imágenes que figuran escenas de comidas, como la Ultima Cena, las Bodas de Caná, et. –y acá el icono se centra en el cáliz eucarístico que está sobre la mesa-, el personaje principal era ubicado, por lo general, no en el medio sino a la derecha, es decir, por relación al espectador, a la izquierda.

El ángel central representa pues el Verbo encarnado quien, en actitud pensativa, con la cabeza inclinada, bendice el cáliz, insinuando así que está dispuesto a ofrecerse en sacrificio. El ángel de la izquierda, que es el Padre, cuyo rostro expresa un dejo de dolor, está como animándolo a esta sublime empresa. El ángel de la derecha representa al Espíritu Santo. Si antes dijimos que el color azul, común a las tres personas, indicaba la unidad de naturaleza, acá podemos señalar cómo la diversidad de dicho color, en tres tonos diversos, pareciera destacar las necesarias distinciones la actitud del Padre tiene algo de monumental, irradia hieratismo y omnipotencia, según lo refleja su mirada. Por una parte se muestra inmóvil, acto puro, realizado, principio estático de eternidad, pero al mismo tiempo, en un contraste notable, el movimiento de su brazo derecho expresa el principio dinámico de la creación, que a él se le atribuye. El Hijo está en la actitud del que escucha. Los pliegues de su vestido expresan la atención suprema, el abandono de sí, su disposición al anonadamiento redentor. Su mano derecha reproduce el gesto de bendición esbozado por el Padre. Es Espíritu santo extiende también su mano. Parece cubrir, proteger, “incubar”, según el relato de la creación, al modo de la paloma que tiende sus alas. Su postura es como intermedia entre la del Padre y las del Hijo, es el Espíritu de comunión del Padre y del Hijo, Es el Espíritu de comunión del Padre y el Hijo.

La imagen en su conjunto ilustra la tesis eclesiológica fundamental: la Iglesia es una revelación del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. El edificio –casa de Abraham-, encima del ángel de la primera persona, es figura de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo; el árbol –la encina de Mambré-, junto al ángel de la segunda persona, indica el medio elegido para la salvación, el madero de la cruz, el árbol de la vida; en fin, la montaña, por encima del ángel de la tercera persona, es el símbolo de la deificación o ascensión espiritual.

Adviértase  cómo los ángeles se muestran gráciles, casi imponderables, en total reposo, pero se trata de un reposo “embriagante”, de un auténtico éxtasis, como lo revelan los rostros y sobre todo las miradas. Un “movimiento estable”, diría Gregorio de Nyssa. Los rasgos de las cabezas, los contornos de las figuras, el plegado de los paños, todo revela una admirable fluidez, característica de la estatuaria clásica. Mas el artista no excluye por ello las angulosidades, como se no ta en los asientos, o en algunos pliegues tajantes de las vestiduras. El conjunto produce la sensación del más puro equilibrio, equilibrio del espíritu, completamente absorto en la contemplación, que era precisamente lo que Rublev quería significar en su imagen.

Pero el icono no realza sólo la felicidad sempiterna de la tríada divina sino que, como lo acabamos de decir, mira también a expresar su protagonismo en la economía de la salvación. Las tres personas están en santa conversación. Su tema es quizás el texto de San Juan: “De tal modo amó Dios al mundo que le dio su Hijo único” (Jn 3, 16). Esa palabra se concreta en el cáliz eucarístico –hacia el que convergen las manos de los tres ángeles-, prolongación de la Encarnación, que parece ascender y conectarse con el árbol que es la Iglesia, fruto de la Eucaristía.

Destaquemos la magnífica escala cromática de este icono, una verdadera sinfonía de colores. En torno a la mesa blanca, el púrpura oscuro (el amor divino), el azul denso (la verdad celestial) y el oro rutilante de las alas (la abundancia divina) forman un acuerdo perfecto. La imagen de Rublev nos recuerda la pintura de los senenses Duccio y Simone Martini, por su delicada espiritualidad y su visión simbólica. Una auténtica pintura de almas. Las tres figuras, ligeras y alargadas (sus cuerpos son 14 veces la cabeza, en vez de 7 veces, como es lo normal), dejan la impresión de algo inmaterial, ajeno a la pesadez que caracteriza las cosas de la tierra. Del icono brota una exhortación: “Que sean uno como nosotros somos uno”. El hombre es imagen del Dios trino. Todos los hombres son llamados a unirse en la Iglesia de Cristo, en torno al mismo cáliz, en ingresar así en el seno de la Trinidad. La visión se termina en una nota escatológica.

No en vano al referirse a esta imagen, el concilio de los Cien Capítulos lo llamó “el icono de los iconos”.

 

 

 

ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS

Autor: P. Jesús Castellano Cervera OCD

TheAscensionEl icono oriental de la Ascensión del Señor plasma en imágenes y colores el episodio evangélico, tal como lo encontramos en las primeras representaciones de las primitivas artes cristianas, como los bronces grabados de las ampollas de Monza (del IV y V siglo) y las imágenes del Evangeliario del monje Rabbula de Edessa, conservado en la Biblioteca de Florencia y que fue copiado en Oriente a finales de siglo VI. Esta imagen tradicional pone en los alto, en un círculo de gloria, la imagen de Cristo; en la parte baja, los apóstoles contemplando la Ascensión, con la Virgen María que ocupa el lugar central entre los apóstoles, y los ángeles que se distinguen entre el grupo y que anuncian la última venida del Señor.

Textos bíblicos: Hechos 1,1-11 o Lucas 24,45-53.

Esta imagen nos presenta en primer lugar el episodio y misterio de la Ascensión; visualiza la narración evangélica, pero poco a poco nos introduce en el misterioso significado de este momento estelar de la vida de Cristo que es principio y presencia de su misterio en la Iglesia, del misterio mismo de la Iglesia, bajo el influjo de la acción poderosa de Cristo que es su cabeza, en la comunión de los apóstoles que son el fundamento, en el dinamismo del Espíritu que es la lluvia de gracia que Jesús envía sobre su Iglesia, en el camino que la Iglesia tiene que recorrer, desde la Ascensión hasta la parusía de su Señor, guiada por la experiencia de lo que ya vive y por la esperanza de lo que todavía no ha llegado.

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REALISMO ANTISIMBÓLICO

Autor: P. Alfredo Sáenz. De su libro: El icono, esplendor de lo sagrado

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Arte sulpiciano. Desgraciadamente uno de los misterios que ha recibido mayores ultrajes de parte [del arte sulpiciano] es el misterio del amor del Verbo encarnado, en la imagen del Corazón de Cristo.

Como muestra decadente de esta inclinación sentimental se destaca el llamado arte sulpiciano, cuyas estatuas y cuadros llenan nuestras iglesias. Es un ‘ersatz’ de arte, con productos hechos en serie, sometidos a los cánones del comercio y del negocio. Su existencia deplorable es uno de los frutos de la Revolución Francesa, que al suprimir por ley las corporaciones, arrebató a los artistas y a los artesanos la responsabilidad de su oficio para entregarlo a los hombres de dinero.

 

El arte religioso moderno ha roto con los “cánones iconográficos”, pretendiendo conquistar su independencia. Ello sólo podía realizarse si subjetivaba su visión, liberándola de su integración en el misterio litúrgico. Como ha dicho Evdokimov, si bien sigue representando plásticamente “temas religiosos”, ha perdido la antigua lengua sagrada de los símbolos y de las presencias[1].

 

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