Autor: P. Alfredo Sáenz S.J.
San Juan Damasceno, Santo Patrono de Nuestro Blog, “La Belleza de los iconos”
Predicar y defender la fe a través de las Sagradas imágenes
El influjo cautivador que tiene la imagen para convencer de modo inmediato, -cuando la imagen es bella y a través de una explicación adecuada-, es un instrumento óptimo, especialmente en estos tiempos, para la instrucción de los fieles en las verdades de la fe. Cuando se trata del icono, -escribe Ostrogorskij- le agrega todavía algo más que un “cierto movimiento religioso (como ocurre con la imagen sagrada de Occidente), cierto estado del alma piadoso, mediante la descripción pintoresca… del personaje representado, el ícono ortodoxo es un medio de comunión entre el que reza y Dios, la Virgen o los santos, un medio de acercamiento a la sustancia trascendente de la divinidad”[1].
Una de las primeras utilidades del icono es llegar a la universalidad de los creyentes. A esto se refería San Gregorio I cuando escribía a Severus de Marsella[2]:
“Lo que la escritura da a los que saben leer, lo ofrece la pintura a los ignorantes que la contemplan, porque en ella aún los que son incultos ven lo que deben seguir, en ella leen los que no conocen las letras. Y así la pintura sirve al pueblo de lectura”[3].
Para presentar a San Juan Damasceno en su fiesta, lo vamos a hacer a través de un capitulo del conocido libro del sacerdote argentino, el Rvdo. P. Alfredo Sáenz s.j., “El icono, esplendor de lo sagrado”, que ya tiene varias ediciones[4]. Un libro realmente completo en el tema de la iconología y no sólo en lengua española, prologado por H. Pfeiffer que entre otras cosas destaca: “no existía hasta este momento, un compendio tan completo, tan rico y detallado”.
En el capitulo VII de éste libro, que trata de la finalidad del icono, en el apartado Iº, hablando de la “Didascalia: enseñanza de la doctrina”, cita un ejemplo del gran defensor de las imágenes, San Juan Damasceno, que nos sirve a todos para la enseñanza (“didascalia”) de la doctrina de la fe a través de una imagen sagrada, y que presentamos a continuación:
“Si un pagano te pide que le enseñes tu fe, llévalo a la Iglesia y colócalo ante los iconos”[5]. Transcribimos el texto completo: “Si un pagano se te acerca y te dice: Muéstrame tu fe, para que yo crea, ¿qué le mostrarás? ¿No lo elevarás acaso de las cosas sensibles a las invisibles, para que las abrace con gusto? Porque si le dices: Aquel en quien creemos es invisible, ¿en virtud de qué se moverá a creer lo que tienes en tu mente y sostienes con tu fe? En cambio si primero le propones lo sensible como rudimento, entonces poco a poco lo conducirás a lo invisible… Lo llevas a la iglesia; le muestras sus ornatos; le señalas las figuras de las sagradas imágenes. Mira el infiel y pregunta? -“¿Quién es éste que está clavado en la cruz? ¿quién es aquel que resucita y pisotea la cabeza de ese anciano? ¿Acaso enseñando por la imagen (ek tes eikónos didáskeis) no le respondes: “Ese que está clavado en la cruz es el Hijo de Dios, que aceptó el suplicio para quitar los pecados del mundo; ese que resucita es aquel que junto consigo resucita al primer Adán, caído por la prevaricación y muerto… y así por los sentidos lo vas conduciendo al conocimiento de Dios? Después lo llevas al sagrado lavacro del bautismo; en la pila ve sólo agua, pero tú, que eres fiel, ves el agua al mismo tiempo que el fuego y el espíritu; cuando haya recibido el bautismo, entonces también él recibirá por la materia sensible la regeneración invisible. Asimismo cuando asista a lasacra celebración de los sacramentos del cuerpo y sangre del Señor, verá sólo pan y vino; tú en cambio verás el cuerpo y la sangre que fluyó del costado purísimo; y si se hace digno, convirtiéndose en partícipe de Cristo, poco a poco se elevará a tu fe y conocimiento. ¿Ves como lo levantas de las cosas sujetas a los ojos a las cosas invisibles? Considera también así la imagen. Ves en la iglesia la imagen de Cristo, la de la Santísima Madre de Dios, la de San Juan, o las que se encuentren en el templo; entonces por los colores visibles elevas el alma, de la contemplación de la imagen, a la forma y visión misma de la figura pintada”[6].
“Como se ve, el Damasceno propone toda una propedéutica[7] para el conocimiento de los misterios invisibles que pasa por sus representaciones visibles, sean éstas sacramentales o icónicas. Se trata de una auténtica catequesis visual, de una teología hecha imagen.
El carácter doctrinal se nos muestra así como un rasgo esencial del arte sacro. Pero se sabe que es insuficiente conecer la verdad si al mismo tiempo no se repudian los errores que la contrarían. Pues bien, ya a partir del siglo IV, tenemos ejemplos de cómo la Iglesia no solamente enseñó por la imagen, sino también combatió con ella la herejía.
Arrio. Cuando Arrio enseñó que Cristo no era Dios sino una criatura “divina”, la Iglesia no se contentó con responderle en el plano doctrinal sino que recurrió al argumento icónico, determinando que en adelante los icongógrafos inscribiesen a ambos lados de la imagen de Cristo las letras Alfa y Omega, primera y última letra del abecedario griego, en alusión a Apocalipsis 22, 13[8], para que quedara bien en claro la eternidad y divinidad de quien era consustancial con el Padre, engendrado y no creado. Nestorio. Cuando Nestorio se negó a admitir la unión hipostática, es decir, la unión en la Persona divina de Cristo de las naturalezas divina y humana, negando consiguientemente la maternidad divina de la Virgen a la que llamaba tan sólo “Madre de Jesús” o “Madre de Cristo” pero nunca “Madre de Dios”, el Concilio proclamó solemnemente la maternidad divina de la Virgen, dándole el nombre de Theotokos, Madre de Dios, pero al mismo tiempo comenzaron a multiplicarse imágenes suyas de porte particularmente majestuoso, sentada en trono, rodeada de ángeles, con el Hijo divino sobre sus rodillas.
Los Docetistas. Asimismo la historia del iconoclasmo[9] nos muestra cómo las imágenes constituyeron un antídoto sumamente eficaz para combatir el error de los docetistas. Según lo señalamos más arriba, dichos herejes pretendían que Cristo no había asumido una carne verdadera, semejante a la nuestra, y por tanto sostenían que no había derecho a representar su imagen.
En respuesta a ello, se multiplicaron las imágenes de Cristo, que sin dejar de reflejar la divinidad, resaltaban visualmente la realidad de su carne y la verdad de su naturaleza humana. “La representación del Señor en las imágenes, según su forma de carne –escribía San Germán de Constantinopla a Tomás de Claudiópolis-, es ante todo una réplica a los herejes que tienen la locura de afirmar que no se ha hecho hombre verdaderamente, al tiempo que una ayuda para quienes no son capaces de elevarse a la contemplación espiritual y necesitan una expresión corporal para afirmar lo que han oído”[10].
(El beato) Pablo VI, en una alocución que pronunció el 7 de mayo de 1964 a un grupo de artistas reunidos en la Capilla Sixtina, los llamó maestros en el arte de “trasvasar el mundo invisible en fórmulas accesibles e inteligibles”. El icono es presisamente la presentación de los dogmas en forma visible. Tal es su primera utilidad”.
[1] Citado en C. Lialine, Un ideal de l’icone, en Irenikon XI (1934) 289, citado en P. Saénz, El icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius, 1991, 328.
[2] Cfr. A. Sáenz, El icono…322.
[3] PL 77, 1128. “…En el Oriente, si bien se empleó este argumento a favor de los iconos, se insistió a la vez en la conveniencia universal de los mismos, más allá de su especial adecuación al iletrado: “Aun el perfecto tiene necesidad de la imagen como tiene necesidad del libro para el evangelio”, decía S. Teodoro Studita. Citado en P. Sáenz, El icono…323.
[4] A. Sáenz, El icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius, 1991, 324.
[5][5] Antirrheticus III, 5: PG 100, 381-384, citado por A. Sáenz, El icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius, 1991, 324.
[6] Antirrheticus III, 5: PG 100, 381-384, citado por A. Sáenz, 325.
[7] Propedéutico: (Del gr. πρό, antes, y παιδευτικός, referente a la enseñanza). 1. adj. Perteneciente o relativo a la propedéutica. 2. f. Enseñanza preparatoria para el estudio de una disciplina. Cfr. R.A.E.
[8] Apocalipsis 22,13: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último”.
[9] Iconoclasta: (Del gr. εἰκονοκλάστης, rompedor de imágenes). 1. adj. Se dice del hereje del siglo VIII que negaba el culto debido a las sagradas imágenes, las destruía y perseguía a quienes las veneraban. U. t. c. s. Cfr. R.A.E.
[10] Mansi, t. XIII, col. 116