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TRINIDAD DE A. RUBLOV.Hace ya un tiempo que he estado pensando en hacer un blog sobre la naturaleza de la imagen sagrada, intentando realizar una catequesis a través del arte sagrado, para que cada uno pueda descubrir, y remontarse, a través de la contemplación de la imagen, al mundo maravilloso de los misterios de la fe de la Iglesia. Estamos hablando de la imagen sagrada por excelencia: el Icono. La extensa difusión que en los últimos 30 años ha tenido la iconografía propia de la tradición oriental de la Iglesia en todo el mundo occidental “latino”[1], y que está teniendo incluso en nuestro país es evidente.

El teólogo que propugnó y mejor defendió las imágenes sagradas de los enemigos de la Iglesia en los primeros siglos, fue San Juan Damasceno (676-749). El decía: “Si hiciéramos una imagen del Dios invisible, caeríamos, ciertamente en el error…, pero no es eso lo que hacemos; de hecho, no erramos si hacemos la imagen de Dios encarnado, que apareció sobre la tierra en carne y que, en su inefable bondad, vivió con los hombres y asumió la naturaleza (humana), el volumen, la forma y el color de la carne”. Y para los que pensaban que la prohibición del Antiguo Testamento se aplicaba a nuestra Iglesia, dice: “Dado que el Invisible se hizo visible asumiendo carne, es posible (entonces) representar la imagen de aquel a quien se ve (…) “pintémosle (entonces) sobre madera y presentemos para ser contemplado a aquel que deseó hacerse visible”[2]. Ahora bien, la que hizo posible que el Dios Invisible se hiciera visible fue la Virgen María, que con su sí, con su “fiat”, hágase, hizo posible que el Invisible sea visto entre los hombres, es decir, que el Verbo se haga carne (Lc 1,38). Ella, aunque siendo una simple criatura, Dios la engrandeció enormemente (Lc 1,48-49), preservándola del pecado original para ser nada menos que la Madre de Dios. Por Ella Jesucristo, el Verbo, se encarnó, asumió la naturaleza humana, “el volumen, la forma y el color de la carne”. Por eso dicen los antiguos iconógrafos que la Virgen María es como la “paleta” del Pintor divino, el Espíritu Santo, ella fue la que le dio color, espesor, la que hizo visible al Invisible, para que los hombres pudiesen ver a Dios: “…el más bello entre los hijos de los hombres” (Salmo 44).

Pero lo mas importante de la teología de la imagen fue definido en el II Concilio de Nicea (787) –último ecuménico reconocido por las Iglesias católica y ortodoxa- y en la tradición patrística de la Iglesia no dividida; antes, pues, de que se abrieran las heridas de la unidad [3].

El vocablo icono viene del griego eikon, que significa imagen, pero no cualquier imagen, sino la imagen de Cristo, que se hizo imagen del hombre para que el hombre se haga nuevamente imagen y semejanza de Dios. El hombre en la Creación fue llamado para ser “imagen y semejanza de Dios”, pero el hombre, por el pecado, si bien no perdió la imagen, la desfiguró y perdió su semejanza, se mutiló de Dios. Por eso, cuando el Verbo (Jesucristo) se hizo carne restauró la imagen y semejanza del hombre. Él asumió la imagen de hombre, para que el hombre se haga imagen de Dios. En Él Dios tomó la forma de hombre, Él es “la imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Dice el P. Egon Sendler que si bien el arte del icono, en esencia, es un arte religioso, sin embargo, todavía sería insuficiente esta definición: “se debe hablar mas bien de un arte teológico. El icono ha surgido desde los orígenes mismos del cristianismo, (…) el icono forma parte de la gran corriente de la tradición, es decir, de la vida interior de la Iglesia, prolongación de la Encarnación de Dios, (…) íntimamente ligado al Evangelio y a la liturgia: es en ellos que hunde sus raíces”[4].

 

“Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios”[5], a partir de esta sentencia de San Ireneo, el iconórafo y escritor Uspenky[6] “analiza la armoniosa trabazón (que existe entre) las distintas dimensiones del icono: catequética, dogmática, litúrgica, orante e incluso pictórico-técnica”. El origen y el fundamento del icono lo encontramos, por tanto, en la Encarnación de Cristo[7] y además en “la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, pues por la fe pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios”[8] declara el papa Benedicto. De allí que la misión del icono consiste, en primer lugar, en “representar el hecho de la Encarnación”, y en segundo lugar, su finalidad, que no es otra que la santificación del hombre, la divinización a la que está llamado en cuanto hijo de Dios, y acompañar al creyente en el camino hacia esta meta…”[9].

 

La belleza de los iconos es uno de los caminos que conduce al conocimiento de Dios, por eso el Catecismo dice que “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC 1160). O como bien dijo Uspensky: “La Palabra puede traducirse en palabras o en imágenes: el icono “muestra” la Palabra; más aún, es al mismo tiempo imagen y Palabra[10]. Es por eso que el Verbo de Dios invisible se hizo imagen (icono) visible, para ser visto y en consecuencia, ser representado en el arte, en sus iconos, como verdadero sacramental y que fue venerado desde los orígenes mismos de la Iglesia, originariamente emanando de la cosmovisión teocéntrica de Bizancio, la patria del icono, y de allí como participación fue extendido a toda la Edad Media, a través de la liturgia.

Para los orientales, que tuvieron que sufrir en los primeros siglos de la Iglesia Católica la persecución iconoclasta[11], el concepto de la imagen sagrada tiene un significado más profundo e inmovible. De allí se siguen las variadas definiciones que ellos han dado del icono: “ventana” o “puente” hacia lo Absoluto, “espejo” de la eternidad, “receptáculo” de la gracia, “límite” o “punto de conexión” entre lo visible y lo invisible, o de lo inmaterial a través de lo material (un ejemplo más de la Kénosis divina), etc.[12]” Pero hay un concepto que es clave en el icono: “la presencia” en el icono del misterio y de la gracia de lo representado[13]. Al respecto dice el papa San Pablo Magno: “De forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, (el icono) hace presente el misterio de la Encarnación en uno y otro de sus aspectos[14], y como el autor principal de los iconos son los Santos Padres, los primeros defensores de las imágenes sagradas, de manera especial San Juan Damasceno, dice el papa Benedicto XVI: “La doctrina de San Juan Damasceno se inserta en la tradición de la Iglesia universal,…[15]

 

Se dice del Icono de la Santísima Trinidad de Andrei Rublev, -que nosotros hemos querido poner en el banner de nuestro blog-, que “entre todas las pruebas filosóficas de la existencia de Dios, lo más convincente es la conclusión: está la Trinidad de Rublev, luego existe Dios”[16]. En verdad es la imagen más bella de toda la iconografía oriental y una prueba de que la belleza en sí misma es un testimonio de Dios. “La contemplación de la Palabra visible (el icono) –dice un autor contemporáneo- no engendra pasividad; precisamente porque es contemplación de la Palabra, y no emoción estética (solamente) o contemplación de una idea”[17]. En nuestra época, como antiguamente, la fe se confiesa mostrándola. Decía San Juan Damasceno a Constantino: “Dime hombre, si alguien de entre los paganos viene y te dice: ‘Muéstrame tu fe para que yo también crea’ ¿qué le mostrarás? ¿No lo llevarías de lo sensible a lo invisible?… Llévalo a una iglesia… y sitúalo ante los santos iconos allí representados”. Por lo tanto, no es tanto el valor artístico o estético, que también lo tienen los iconos, sino su valor para la predicación.

El fin de este blog es ayudar a entrar en el mundo de la Contemplación de los misterios divinos a través del icono, para que esta visión se convierta en una verdadera fiesta para los ojos y un gran gozo para el espíritu que busca alimentarse de los misterios de la fe.

En la Carta a los artistas dice San Juan Pablo II : “Hoy como en el pasado, la fe es el necesario estímulo del arte eclesial, El arte por el arte que hace referencia sólo a su autor, sin establecer una relación con lo divino, no tiene cabida en la concepción cristiana. (…) El arte sacro debe tender a darnos una imagen visual de todas las dimensiones de nuestra fe. El arte de la Iglesia debe procurar hablar la ‘lengua’ de la Encarnación”[18].

 

Bienvenidos a todos los que quieran colaborar con el Blog en pro de la predicación de la Belleza espiritual de los iconos que durante siglos acompañó y acompaña a los predicadores de la Palabra y que ojala sirva como la herramienta que hace muy amable la transmisión de la tradición y la fe cristianas: la fe viene por el oído y luego se muestra además a través de la imagen, el esplendor de la Belleza sin igual, Jesucristo, el Verbo Encarnado.

P. Agustín Spezza, IVE

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[1] Cfr. Paolo Orlando, Apuntes de Iconografía.

[2] JUAN DAMASCENO, Adversus eos qui sacras imagines abiciunt (PG 94, 1239).

[3] R. J. SANCHEZ, Presentación del Libro Teología del Icono, de Leonid Uspensky: “Esa apacible y extraña atracción por el icono,27.

 

[4] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile. Elementi di teología, estética e tecnica. Ed. San Paolo, 1985, 8.

[5] Ireneo de Lyon, Contra los herejes, III, 10,2, citado por Juan Pablo II…

[6] R. J. SANCHEZ, Presentación del Libro Teología del Icono, de Leonid Uspensky: “Esa apacible y extraña atracción por el icono,27.

[7] “Esta es una de las premisas de la legitimación del arte sagrado y su veneración en la que insiste el autor y a la que también recurren Juan Pablo II (Carta apostólica Duodecimun saeculum, en el XII centenario del II Concilio de Nicea, 4.12.1987, n.9) y Benedicto XVI (Catequesis sobre san Juan Damasceno, 6.5.2009).” Citado por R. J. SANCHEZ, Introducción, 8.

[8] Benedicto XVI, Catequesis sobre san Juan Damasceno.

[9] R. J. SANCHEZ, Presentación del libro Teología del Icono, Leonid Uspensky,…28.

[10] L. Upensky, Teología del icono.                                 

[11] Iconoclasta. Del gr. eiκονοκλaστης, (rompedor de imágenes) Se dice del hereje del siglo VIII que negaba el culto debido a las sagradas imágenes, las destruían y perseguía a quienes la veneraban. Cfr. R.A.E.

[12] R. J. SANCHEZ, Presentación del Libro Teología del Icono, de Leonid Uspensky: “Esa apacible y extraña atracción por el icono,28.

[13] …”Aquí me parece que tocamos el punto más difícil para la mentalidad occidental. El icono, para los orientales, implica una ‘presencia’. Es una ‘anamnesis’, que os hace entrar en contacto con la persona recordada…

[14] JUAN PABLO II, Carta a los artistas

[15] BEBEDUCTI XVI, Catequesis sobre San Juann Damasceno.

[16] P. A. SÁENZ, El icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius, 1991, 471.

[17] J. P. RAMSEYER, La Parole et l’Image, Neuchatel 1963, 18. Citado por L. USPENSKY, Teología del Icono. Ed. Sígueme, Salamanca 2013, 85.

[18] Juan Pablo II, Duodecimum saeculum, 11.

6 comentarios

  1. Felicitaciones padre!
    Algo muy necesario y original.
    Difundiremos el blog A.M.D.G

  2. Rosa Isabel Navarro

    Padre:¡ qué apostolado tan hermoso! Gracias por brindarnos tantas riquezas espirituales que nos ayudan a acrecentar nuestra fe y nuestro amor a Dios

  3. Soy ortodoxo perteneciente al patriarcado de Antioquia, uno de mis amigos católicos latinos superior de la comunidad franciscana en Tijuana B. C. México esta interesado en que le elaboren un icono del Cristo de San Damián, pide que sea de una altura de 1.60 a 1.65 metros, busque en el blog la ubicación de ustedes, pero no la localice. Podrían decirme si están en México? Y en su caso si pudieran fabricar este icono? Gracias de antemano por su atención. En Xto. Alejandro Sosa

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